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jueves, 13 de enero de 2011

La Carta


La Carta



Por Nekane_Neko

Corrí todo lo deprisa que mis piernas me permitieron, y casi sin darme cuenta comencé a resbalar por un enorme terraplén. Cuando éste terminó caí de bruces en un profundo hoyo en el suelo.
Cuando desperté de mi inconsciencia miré a mi alrededor, sólo vi oscuridad. No sabía dónde estaba, ni cómo ni por qué estaba allí. De repente me di cuenta de que no recordaba nada. Ni mi nombre. Ni mi apellido. Ni mi casta. Ni a mi familia. Ni a mí. A pesar de mi confusión, deduje que debía salir de aquel agujero.
Mi daisho, junto a mi obi, estaba tirado en el suelo. Cogí mi katana y mi wakizashi. Fui escalando como mejor pude clavando mis dos espadas en el árido terreno. Cuando salí, no me encontré menos confundida. Todo lo que había a mi alrededor era un denso y neblinoso bosque, y los primeros rayos del sol comenzaban a rozar las ramas de los árboles.

Fui caminando con tranquilidad y precaución por un pequeño y casi borrado sendero. Éste me llevó a una pequeña ciudad. Nada más entrar en ella, vi a un anciano mercader que estaba sentado en una roca al sol mientras disfrutaba de una taza de té. Sin más miramientos, seguí caminando sin decir nada. Fue entonces cuando oí una impertinente voz que requería mi atención: “Tan cierto es que las espinas se clavan como que el agua moja”. Me giré y le dije: “¿Te estás dirigiendo a mí? ¡Dime! ¿Quién eres?”
El anciano me miró y respondió: “La pregunta no es quién soy yo, sino quién eres tú”.
Sin mediar palabra seguí, muy pensativa, mi camino.
Poco después vi un hermoso jardín repleto de flores, el rocío de la mañana aún se podía oler y ver. Pero fue entonces, al mirar aquellas preciosas rosas rojas cuando mi mente fue invadida por un borroso recuerdo: una pequeña niña jugaba entre aquellas flores, y al tocar una de ellas comenzó a sangrar y a llorar. Rápidamente la niña fue consolada por una mujer de bello rostro y gesto amable…
Dejé de mirar las rosas. Seguí andando por la ciudad y vi una fuente. De repente, otro recuerdo invadió mi memoria, esta vez era más claro, como el agua que salía de la fuente. Aquella niña volvió a aparecer: se acercó al chorro para beber, pero con tan mala fortuna que tropezó, y cayó en el charco que el agua había formado, manchándose su precioso kimono de seda azul.
Volví en mí.
Me acerqué un poco a la fuente, y fue allí, en aquel charco donde descubrí mi rostro, y donde lo reconocí…
¡Aquel rostro era el de la niña de mis recuerdos!
Cada vez más trastocada por aquellas imágenes huí de aquel lugar corriendo, dirigiéndome hacia cualquier parte donde pudiera descubrir quien era.

A pocos minutos de allí encontré unos prados, eran completamente verdes y la paz que allí se respiraba era inmensa, un fresco aroma de gotas de rocío era arrastrado por un suave viento que ondulaba mi oscura melena.
De repente vi, allí a lo lejos, dos hermosos caballos, uno blanco y otro negro. Junto a los dos caballos pude reconocer dos figuras, y de una de las figuras, la cara: era la mía. Junto a aquella niña de quince años había un hombre de rostro afable, ya entrado en los cuarenta. Aquel hombre parecía estar enseñándome a montar a caballo, y aun más: parecía ser mi padre.
Ya estaba empezando a acostumbrarme a aquellos recuerdos sin sentido alguno, venidos de la nada.
Incapaz de escapar de estas extrañas imágenes seguí caminando una vez más en busca de respuestas, hasta encontrar una bonita casa: el jardín estaba cuidado, era de una hermosura inigualable. Me asomé a una de las ventanas y vi que por dentro estaba limpia y recogida, aunque extrañamente deshabitada. Me di la vuelta y comprendí lo que allí había ocurrido: me vi a mí misma enloquecida, con los ojos fuera de mis órbitas, parecían estar encendidos, parecían arder de ira mientras blandía con fuerza mi daisho ante la mirada aterrorizada de mi padre y mi madre… yo… mi única familia… les he deshonrado... Ahora el seppuku es mi destino, la única forma de devolverle el honor a mi familia y a mí misma.

Las lágrimas resbalaban por mi cara mientras corría hacia el templo más cercano. Casi dejé caer mi cuerpo sobre las puertas del templo, el eco retumbó en todas las paredes, en cada esquina de aquel sagrado edificio. Pero cual fue mi sorpresa al descubrir que el templo estaba completamente destrozado, había cosas movidas de sitio y cristales rotos y... encima del altar un tintero y una pluma, y a su lado una carta. Comencé a leerla. En ella aparecían escritos ¡todos y cada uno de mis recuerdos! Comprendí que era una carta escrita por mí, no sé cuándo ni cómo, no lo puedo recordar... pero... en la carta ponía más... una hermana... sangre de mi sangre... mi familia asesinada por mi propia sangre... ¡¡¡KATSUMI!!!
El nombre de mi hermana sonó en todo el templo con aquel grito de odio. Me eché al suelo con los ojos llenos de lágrimas y el corazón lleno de dolor. Me volví a incorporar y salí corriendo de allí. Me dirigí hacia el bosque. Sin pararme a recuperar el aliento. Corrí todo lo deprisa que mis piernas me permitieron, y casi sin darme cuenta comencé a resbalar por un enorme terraplén. Cuando éste terminó caí de bruces en un profundo hoyo en el suelo.
Cuando desperté de mi inconsciencia miré a mi alrededor, sólo vi oscuridad.

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